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Perdido en el Bernabéu

Una lluvia fría, intensa, pesada, de esas que nos sorprenden en verano, cae sobre el Santiago Bernabéu. Es el día en el que Duki cumple el sueño que ni siquiera se atrevió a soñar. Saludo rá...

Una lluvia fría, intensa, pesada, de esas que nos sorprenden en verano, cae sobre el Santiago Bernabéu. Es el día en el que Duki cumple el sueño que ni siquiera se atrevió a soñar. Saludo rápido, veo su cara de preocupación por el imprevisto que puede atrasar los tiempos de armado del escenario (aunque el techo corredizo demora solo 20 minutos en cerrarse por completo) y me dirijo a la salida. ¿Pero a cuál?

Estoy en el campo de juego del Real Madrid, en la Casa Blanca, en una de las catedrales que el fútbol erigió para venerar a sus héroes. Pienso en lo que sentí cuando visité Old Trafford, el hogar de Manchester United o, hace solo un año, el Metropolitano de Madrid, donde hace las veces de local el “Aleti”. “Pero esto es otra cosa”, digo bajito.

Rodeado de grúas, columnas metálicas, voces en español y en “argentino” que vienen y van como si estuviesen en la city y una mesa donde se improvisa algo para comer y tomar. El césped brilla por su ausencia, también los arcos. Me imagino a Vinicius encarar con decisión, o a Mbappé, que en breve jugará de local en este estadio. Pero hoy los que se mueven con maestría, con un profesionalismo que conmueve, son los argentinos que trabajan contrarreloj para llegar al momento en que se abran las puertas para el público y todo luzca como debe lucir.

¿Cómo se cristaliza un sueño? O, más difícil aún: ¿Cómo se compite con uno de ellos? Lo primero que me produce verlo a Duki dos días antes de su gran noche en el Bernabéu, esa de la que dimos cuenta antes, durante y después del mágico concierto de dos horas y media disfrutado aquí por 65.000 personas y que a la distancia tuvo en vilo a millones, es tranquilidad. Más allá de lo que declara en conferencia de prensa o luego en las entrevistas individuales como la que tuvo con este enviado, sus movimientos y su rostro transmiten calma y aplomo.

Se suele decir que la camiseta de los grandes no es para cualquiera. Que un jugador que descolló en un equipo chico no necesariamente rinda lo mismo en un grande. Bueno, a Duki lo vemos cuando está a punto de ponerse la casaca de un gigante y con la desventaja que, sospechamos, puede significar no encontrar antecedente alguno entre los músicos argentinos. Seguramente haya ido a Vélez como público y al estadio de River Plate también (al primero lo llenó en cuatro oportunidades y al segundo en dos). Seguramente algún recuerdo de su infancia o adolescencia haya aflorado al momento de pisar esos escenarios. Pero, ¿presentarse en el Bernabéu? A siete años de su primer show en Madrid para 1500 personas, a Mauro de Almagro se le materializaba algo que ni siquiera alcanzó a imaginar.

La propuesta de partir el año y su carrera en dos en junio de 2024, en la Casa Blanca del fútbol, le llegó como una de esas ideas delirantes que proponen aquellos que quieren abrir caminos y sacudirse la comodidad. Si el año pasado había juntado a 60.000 personas en dos shows en Madrid y otros dos en Barcelona, no resultaba una quimera que 65.000 se reunieran en un solo lugar para escuchar “Givenchy”, “Rockstar” o “She Don’t Give a FO”. Lo difícil era tomar la decisión y estar dispuesto a ponerle el cuerpo a lo que viniera después.

Como siempre en su caso y en el de muchos de la generación de música urbana argentina que Duki lidera, las entradas “volaron”, se agotaron con meses de anticipación. “Esto es mucho más de lo que alguna vez soñé cuando empezamos a rapear con los pibes en la plaza”, declaró él en febrero. Es muchísimo más. De hecho, el Duki de menos de 20 que “combatía” en las batallas de freestyle de El quinto escalón, en el corazón del Parque Rivadavia, deseaba subir a un escenario y encontrarse con 8000 almas vivando por él. Ni a soñarlo llegó.

Esas gotas frías que rompieron con los 35° del jueves dos días antes de la gran cita me llevaron a saludar rápido y buscar la salida. No era cuestión de incomodar, había que dejar al equipo de producción trabajar en cada uno de los múltiples detalles previos. Nadie se enteró y casi nadie me vio subir y bajar escaleras, probar por un lado y por el otro, intentar en vano encontrar una salida abierta. “Estoy perdido en el Bernabéu”, dije una vez más, aunque sin interlocutores a la vista. La anécdota se la conté a varios el sábado luego del show, luego de escribir en medio de la adrenalina que producía ser testigo de un hecho histórico, de estar ahí (adentro) para contarlo.

En el after, Bizarrap habla con el conductor español Pablo Mottos; Lali Espósito y su novio, Pedro, se detienen a conversar con nosotros y otros músicos argentinos van y vienen como si este no fuera el Bernabéu sino un estadio porteño. Quiero tomar distancia y poner en perspectiva lo que acabo de vivir, pero hoy resulta imposible. Chequearé en mi celu las fotos y videos que saqué, agradeceré a todos por estos días vividos y pensaré una vez más en Mauro de Almagro, el joven que con 27 años ya no representa a su generación sino a toda la música argentina.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/miradas/perdido-en-el-bernabeu-nid16062024/

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